Los datos -que publica el afamado periódico alemán Der Tagesspiegel, facilitados por el comisionado de la noche berlinesa– son apabullantes: durante el pasado 2018 cerca de 3 millones de clubbers viajaron a gozar de la noche electrónica de Berlín. Durante su estancia se dejaron una media de 204 euros al día, lo que sumó una facturación total de *1.480 millones de euros. Ello también supuso que se tuviera que contratar a más de 9.000 personas para atender las necesidades básicas de todo este personal “turista de club”, y no solo en las discotecas, sino también en hoteles, taxis, bares, restaurantes, etc.
Es lo que tiene que una capital de la historia y enjundia de Berlín considere que la cultura de club es un valor industrial, cultural y económico de primer orden al que hay que cuidar, fomentar y potenciar como a cualquier otro activo de la capital alemana; sea un museo, un barrio o un monumento. Sí amigos, ya da más pasta el Berghain que la Puerta de Brandenburgo.
Llegados a este punto, la pregunta es obligada… ¿cuándo aquí, en España, tomaremos conciencia real de que el clubbing puede y debe de ser un potentísimo atractivo cultural más que añadir a los muchos que ya ofrece nuestro país? ¿Cómo es posible que solo ciudades como Ibiza -en verano- y, a ratos, Barcelona -durante la celebración de Sónar y poco más- se estén beneficiando -siempre felizmente- de ello? Así nos luce el pelo, amigos de Vicious.
*(Y todo esto, aparentemente, sin contar con el pastizal extra que se deja el personal en el mercado negro de las drogas).
Clubbing

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